Cuentos Relatos

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Cuentos Relatos

LA REALIDAD DE LOS SUEÑOS

Descendía vertiginosamente rodeada de cientos de semillas voladoras, color tornasol, que resplandecían con los rayos de luz. Logré coger unas cuantas y las sujeté con fuerza, quedé impresionada al ver todo mi cuerpo brillando como ellas, tanto que pensé que me convertiría en rayos de luz para luego desaparecer. Pero no fue así, caí sobre algo, cerré mis ojos y apreté la mandíbula cuando un fuerte dolor recorrió todo mi cuerpo; apoyé mis manos con firmeza y sentí una superficie muy suave y peluda, pero en estas circunstancias el miedo no tenía derecho de palabra, así que me aferré a ella y abrí los ojos.

Y allí estaban, un par de alas enormes agitándose fuertemente, como peinando un huracán, y el estruendo de un rugido que hizo saltar mi corazón; había aterrizado sobre una mantícora. Mentiría si les digo que no sentí terror al verme allí, porque estaba petrificada, sin aliento, incapaz de moverme y con la mente en blanco; pero logré reaccionar cuando recordé que estas increíbles criaturas comparten sus presas con el resto de un grupo, así que mi futuro inmediato era ser devorada por un montón de bestias.

En ese instante íbamos directamente hacia una enorme cascada, así que pensé en lanzarme antes de llegar a ella pero fue muy tarde; me solté de la bestia y quedé atrapada en una cortina de agua, que en vez de ir hacia abajo, las gotas flotaban formando una corriente muy fuerte que me empujaba hacia arriba. Agité mis brazos con todas mis fuerzas, intentando mantener un mínimo de estabilidad y no dar tantas vueltas, pero salí disparada en cuanto llegué al borde de la cascada, terminando sobre las espesas ramas de un ICARUS de color magenta y azul turquesa.  

Agotada mental y físicamente, sólo pensé en dormir entre aquella naturaleza indómita, y luego pensar en ¿cómo rayos bajo de aquí si estoy (quizá) a unos 30 metros de altura?; cerré mis ojos y dormí plácidamente. CONTINUARÁ...

ENTRE GIGANTES

Aquel hombrecillo, estaba dispuesto a ponerle fin, a esa vida de prisionero en la taberna de los gigantes, y armándose de valor, saltó hasta el saco de lentejas que se encontraba junto al fogón; hundió por completo su cuerpo y aguardó sin mover un músculo. Pimp, el gigante maloliente, entró a la cocina dejando un enorme ciervo mal herido, junto a la puerta; su olor nauseabundo a pimiento, cebolla y ajo putrefacto, junto al incesante goteo de mocos, que formaban una hilera desde su nariz hasta los pelos del pecho, le provocaron al prisionero ataques de náuseas muy considerables, las cuales acabaron haciendo acto de presencia y humedeciendo parte de las lentejas que le rodeaban.

Horrorizado con la presencia de aquel apestoso ser, tuvo la idea de llenar los orificios de su nariz con los granos de lentejas más pequeños, y luego, cuando el gigante estuvo de espaldas, saltó sobre su ropa y se deslizó hasta llegar a uno de sus bolsillos. Entre los insectos, ya casi muertos, que pudo encontrar, había una enorme libélula que tenía una de sus alas bastante lastimada, pero estaba consciente y muy despierta. Nuestro guerrero le hizo una señal de que no le haría daño, así que cogió una pata de saltamontes y un par de alas bastante fuertes de escarabajo, y le entablilló el ala herida. La libélula no podía creer la suerte que había tenido de encontrarse con aquel hombrecillo, así que con la esperanza de escapar de aquella pesadilla, sujetó con sus patas delanteras a su "salvador", y con todas sus fuerzas salió volando del bolsillo del gigante hacia la pequeña ventanilla que daba hacia el exterior.

Su nueva amiga no dejaba de dibujar piruetas en el viento y su entusiasmo hizo que por un momento se olvidase de él. Con mucho cuidado y aferrándose a los surcos que formaba la estructura de su cuerpo, llegó hasta su cabeza, y justo al pasar por un campo de flores, sacó mi espada…y ¡zas!, se quedó prendado en el pétalo de una campánula que anunciaba la llegada de la primavera. Así vió desde lejos a la libélula, que con su nuevo cabestrillo, no olvidaría nunca la odisea en la taberna de los gigantes.

CONTINUARÁ...

 LA FIEBRE DEL BOSQUE

Robert, Alejandro y Nerea, habían caminado durante horas, en aquel desierto en donde hace unos meses brotaba vida. Enormes árboles con una belleza exuberante, reserva de millones de animales y organismos vegetales, hermosos riachuelos y caídas de agua, con bellas casas antiguas que con mucho afán, sus habitantes habían cuidado y custodiado durante varias generaciones y que formaba parte de las raíces de su gente. Ahora iban a ser sustituídos por la destrucción, el dinero, el poder de grandes empresas y grandes cantidades de cemento, consumo y vanidad. Los tres guardaban silencio mientras se acercaban a la única zona verde que se había salvado de aquella masacre empresarial.

El bosque brindaba a los habitantes aire fresco en los días de calor y sombra permanente, cuando el astro sol, enfadado con los humanos, brillaba con todas sus fuerzas. Y ni hablar de las excursiones por sus ríos y el deslizarse por sus cascadas o subirse a las ramas de un abeto y observar el atardecer. Ese día en especial, el bosque era un verdadero hervidero. Y Robert dijo:  

-¿Habéis notado que hace más calor dentro del bosque que en ese desierto que nos han dejado?-.

-Si, lo noté, pero no estoy de humor para hablar ahora, estoy terriblemente enfadada- respondió Nerea.

-Yo también estoy anfadado pero el bosque nunca se ha sentido así, y hemos venido buscando algo de fresco- dijo Alejandro.

Continuaron caminando, cuando de pronto sintieron pequeños golpes debajo de sus pies. – ¿Habéis sentido eso?, mis pies están vibrando- dijo Ale, y los demás asintieron con la cabeza. Guardaron silencio porque pensaron que los nuevos dueños del lugar estarían haciendo de las suyas con sus enormes máquinas, pero siendo un domingo, dudaban que esa fuese la razón. Se descalzaron, y decidieron seguir adelante, adentrándose cada vez más al corazón, del ahora pequeño bosque.

Alejandro rompiendo el silencio les dijo –¿Qué está pasando? Mirad los árboles, las raíces, las hojas, parecen esculturas grises, de ceniza- con un rostro que mostraba una profunda tristeza, continuó caminando.

Robert en cambio estaba furioso de ver el bosque convertido en un desierto gris, inmerso en la soledad y en la desolación –Ojalá el bosque pudiese hablar, hacer algo para defenderse – al terminar su frase, el suelo pareció temblar pero esta vez con más fuerza. Cada tronco, rama y hojas empezaron a agitarse, las raíces que sobresalían del suelo ahora se movían como serpientes a punto de atacar. -¿Qué es todo esto?, las raíces han salido a la superficie, ¡cuidado Nerea, detrás de ti!- gritó Robert. Nerea se dio la vuelta, y lo que pudo ver fue un volcán de raíces que brotaban a toda velocidad hacia arriba; fue entonces cuando no les quedó más remedio que empezar a subir por el tronco del primer árbol que pudieron alcanzar. Se abrazaron a las ramas más fuertes y pudieron ver lo que nunca imaginaron.

La naturaleza estaba tomando el control en donde antes, había reinado como un hermoso paraje verde. Las raíces parecían cobrar vida y destrozaban todo a su paso, rodeando las cientos de máquinas que se encontraban y estrujándolas hasta hacerlas pedazos. Un espectáculo destructivo pero al mismo tiempo liberador. Robert, Alejandro y Nerea observaban atónitos aquella escena, sin parpadear siquiera. En pocos minutos, la nube de polvo que se había levantado, cesó, dejando un paisaje increíble. El suelo estaba cubierto de una fina capa de musgo y hierba, los árboles y sus raíces dejaron de moverse y la brisa, ahora era fresca y húmeda.

-Alguno de vosotros me puede explicar lo que acaba de suceder? – dijo Nerea.

- No, pero ojalá y esto sucediera en otras partes del planeta – dijo Alejandro.

Los tres se quedaron observando el horizonte, sonriendo y cogidos de la mano. Sintiendo como pequeños hilos de agua, discurrían debajo de sus pies.

Y ahora, ¿qué pasará con toda esa gente que trabajaba en la construcción, cuando regresen y vean que no hay nada?. ¿Tenían que ver Nerea, Alejandro y Robert en lo que había sucedido?.

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